Publicado en "El Economista"
Diciembre de 2009
Todos los días nuestra amada televisión nos flagela con impactantes imágenes de catástrofes, más o menos naturales, que se llevan por delante centenares de vidas humanas y que evidencian el dolor, el sufrimiento, la angustia y el terror en el que están inmersos centenares de seres humanos.
Todos los días nuestra amada televisión nos flagela con impactantes imágenes de catástrofes, más o menos naturales, que se llevan por delante centenares de vidas humanas y que evidencian el dolor, el sufrimiento, la angustia y el terror en el que están inmersos centenares de seres humanos.
En África, priman
las sequías y el hambre; en América del Sur los desplomes y corrimientos de
tierras; en Asia las inundaciones, en Australia y América del Norte los
devastadores incendios. En Europa nos conformamos con gélidas temporadas y
alguna que otra inundación. El locutor de turno nos informa: que las causas de los fenómenos que contemplamos son
probablemente debidas al “Cambio Climático”.
Pero la pregunta
del millón es: ¿En el caso de que todas las recomendaciones que se hacen sobre
la supresión de las emisiones de CO2, se atendiesen y cumpliesen, se detendría
el cambio climático? La repuesta es No.
Desde que el
mundo es mundo, el clima ha venido cambiando permanentemente. Conocemos las
causas más inmediatas, y no con absoluta seguridad: que si un meteorito, que
unas erupciones volcánicas, que si cambió el eje magnético de la tierra y
algunas más que ahora no recuerdo. Lo que resulta inevitable es que estos
cambios se seguirán produciendo y que a evitar las consecuencias previsibles de
los mismos deberíamos dedicar muchos de los esfuerzos y medios económicos que
se utilizan en decir que estos se van a impedir.
Está bien, muy
bien, reducir las emisiones de CO2, la calidad de vida mejorará notablemente,
sobre todo donde esa calidad ya es muy buena. Pero parece que se aproxima mucho
a “pedir peras al olmo”, pretender que países con un nivel de renta alejadísimo
de los que detentan los primeros lugares en el “ranking”, se contraigan en sus
instalaciones industriales; e incluso en naciones, que en cifras
macroeconómicas son lideres en el PIB pero con una elevadas tasas de paro,
fomenten el cierre de empresas que se encuentren fuera de norma. Es cierto que
la innovación industrial que implica el adaptarse a las nuevas normas
anticontaminantes, generará nuevas técnicas, nuevas empresas y muchos nuevos
puestos de trabajo, pero la gente tiene
la manía de querer comer todos los días,
y no parecen dispuestas a esperar para ello, a que el paraíso llegue dentro de
algún tiempo.
Necesitamos acuerdos
e inversiones, para evitar lo que es evitable, el dolor y la muerte de seres
humanos y la desaparición de especies animales y plantas, que el inevitable cambio climático esta
y seguirá produciendo.
Reflexionemos y
admitamos: que lo urgente es, muchas veces, más prioritario que lo importante.
Elisa Martínez de Miguel
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