Publicado en "Negocio"
Noviembre 2009
Parece existir un consenso generalizado en que cada ciudadano debe aportar a los gastos del Estado en función de su ganancias, beneficios o patrimonio; el que más gana y el que más tiene debe aportar más que el que menos gana o menos tiene. Hasta aquí bien.
Una gran colección de posibles variantes que estructuran el sistema fiscal se
nos ofrece, que serán valoradas según sople el viento de las sensibilidades
políticas, siempre sólidamente argumentadas en sus conclusiones por estudiosos
del sistema fiscal, que si hoy afirman blanco mañana argumentarán negro con
absoluto desparpajo. Todas estas variantes pretenden, según afirman los
entendidos, que el sistema sea cada vez más equitativo, más justo, más ecuánime
y más neutral, en realidad historias.
Hoy queremos fijarnos en la rimbombante tributación sobre las rentas del
capital y plusvalías. Y para ello hagámonos una pregunta: ¿Quién la paga?
- Los ricos, que son los que tienen capitales y patrimonios.
- ¡Noooooo ….. ¡
Los ricos, los verdaderamente ricos; no los que tienen un buen pasar. Los
ricos, los que a su fallecimiento dejarán patrimonios para que tres o cuatro
generaciones vivan de ellos, haciéndolos rentar o no, según su vocación, están
fuera de la jurisdicción de las autoridades fiscales de la nación, y en todo
caso lo están sus patrimonios. Cuando un estado pretende retener a sus ricos
inventa una serie de figuras fiscales, en forma de sociedades de inversión,
fondos financieros, titulaciones especiales etc. que los sitúa fuera de toda
obligación tributaria. A pesar de todo, el mundo de los paraísos fiscales es
abundante, aunque conocido, y en todo
caso el sacrosanto secreto bancario garantiza que sus actividades financieras sean
inaccesibles.
En realidad los verdaderamente ricos, son apátridas, no sólo es que no
paguen los impuestos en una medida similar a los nacionales del país en que
viven y disfrutan de los servicios de las entidades públicas, es que ni tan
siquiera sufrirán las consecuencias, de los avatares más o menos desagradables
que puedan ocurrir; disponen de pasaportes, nacionalidades y residencias, donde
rápidamente volverse indetectables.
Pero la pregunta que da lugar a todo el anterior preámbulo era: ¿Quién paga
los impuestos sobre las rentas y plusvalías del capital? Pues está muy claro,
las clases medias. Se gravan las rentas de sus cuentas de ahorro, de sus
depósitos a plazo fijo, de sus dividendos, todos en reducidas cuantías, así
como plusvalías obtenidas en ocasionales compraventas.
Admitamos que el esfuerzo de sostener al estado le corresponde en exclusiva
a las que, en el argot social, se
denominan clases medias, y aunque definir que es clase media es un desafío sin
resolver de forma clara y contundente, en definitiva son las que sienten el
estado como un lugar en el que vivir, trabajar, crear familias y trasmitir su
esencia a nuevas generaciones. El resto, si económicamente están por encima, no
pertenecen a la misma parroquia y si están por debajo pues ya tienen suficiente
con intentar subir, incluso sobrevivir.
Elisa Martínez de Miguel
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