Diciembre 2010
Se acaban de publicar los resultados
de una valoración comparativa del nivel de conocimientos, que en las áreas
fundamentales de la enseñanza, tienen las nuevas generaciones de un conjunto de
países. De los mismos se deduce una situación bastante lamentable para nuestra
juventud, pero nuevamente y con estupor escuchamos a algún político decir que la
actual situación de España, en el informe, pone de manifiesto que se “progresa
adecuadamente”. Pero ¿hacia dónde?.
En los últimos años hemos visto
desaparecer de nuestra sociedad una serie de principios que conformaban la
enseñanza, en cuanto a fomento de capacidades para el desarrollo y adquisición
de nuevos conocimientos. Principios que han de regir la conducta de todos
aquellos que son protagonistas en un proceso educativo: esfuerzo, sacrificio,
emulación, competitividad, selección. Debemos aclarar a nuestros hijos, que
aprender es una opción que exige esfuerzo y sacrifico, que no es otra forma de
juego o diversión, que es cansado y en ocasiones aburrido, pero que dedicar
parte de su tiempo al esfuerzo de aprender merece la pena.
Nos encontramos con profesores sin
autoridad para imponerse a aquellos alumnos que discrepan de sus criterios de
método o disciplina, sin capacidad para expulsar del centro docente a quienes
sólo desean el protagonismo del discrepante y dificultan o incluso impiden el
desarrollo normal de una clase. Profesores que temen ser agredidos por padres,
que en una supuesta defensa de los derechos de sus hijos, les atacan física
y verbalmente. ¿Creemos que están, estos profesores, en condiciones de ejercer eficazmente
su profesión, una de las más nobles y necesarias que existen? Yo creo que no.
Antes que regular, nuevos procesos
docentes, nuevos programas, nuevos niveles educativos, antes que abordar
dotaciones económicas de todo orden, antes de regalar un ordenador a cada
alumno, pongamos exigencia en el entorno humano que ha de permitir el buen desarrollo del proceso
docente.
Los docentes han de tener la
garantía de que disponen de la autoridad y el absoluto respaldo de la sociedad
y de la normativa penal, para establecer el orden en las aulas y en los centros
de enseñanza y la seguridad de que cualquier agresión a su persona será
duramente castigada.
Y finalmente los alumnos han de
estar sometidos a sistemas de evaluación periódicos, que destaquen a los que
mejores niveles de conocimientos han adquirido, cualquiera que sea la causa de
su nivel. Todos nacemos y somos diferentes, los hay con diferente capacidad
para el esfuerzo, con mayor o menor constancia, con diferente facilidad para
aprender, con mayor o menor instinto competitivo, con mayor o menor fuerza
física y con mejor o peor salud y son estas características las que hay que potenciar y las que nos permiten
encontrar nuestro lugar en la sociedad.
Y será responsabilidad de quien
ostente el poder político facilitar el centro y el proceso de enseñanza a cada
uno según sus características, y desde luego no todos revueltos y reduciendo
niveles de exigencia que hacen el esfuerzo individual irrelevante.
Elisa Martínez de Miguel
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