Publicado en "Negocio"
Mayo 2011
Se avecina el principio de una nueva campaña electoral. Numerosas intervenciones públicas de los distintos candidatos a multitud de puestos. Variadas reseñas en periódicos y revistas. Constante presencia en la televisión y en la radio; lo de costumbre vamos. Todo ello en la legítima intención de mostrarnos y convencernos, qué decisión tan inteligente adoptaríamos si les votamos a ellos. Tendrán mérito en la argumentación, si esta es original.
Pero también es
importante y casi más interesante escuchar lo que dicen los potenciales
electores. El cómo, estos electores, sin
estar afiliados a partido alguno, reciben discursos y mensajes y como
reaccionan a las diversas ofertas electorales.
No hay frase que
más me altere e incluso en ocasiones me preocupe que escuchar, “Yo,
naturalmente, votaré a los míos” o si es un grupo: “Nosotros, como es lógico,
votaremos a los nuestros”. Se sientan de izquierdas, de derechas, de centro o
radicales en el espectro político.
En democracia
hemos de votar por los hechos que contrastamos y no por las palabras que
escuchamos. ¿Es mucho soñar que un día, al salir a la calle, camino del centro electoral, el
votante diga: Los que están en el Gobierno lo han hecho bien; les votaré. Los
que están en el Gobierno lo han hecho mal; votaré a los candidatos de la
oposición?
En un país
democrático, la servidumbre intelectual, la adhesión incontrastable, no pueden existir. Y quien sólo vota a los
suyos, comete un grave y profundo error, los suyos no existen. Los que llaman
suyos sólo son de ellos, de los que piden el voto pero nunca nuestros.
Dicen que como
mucho hay un veinte por ciento de la población que es capaz de cambiar su voto
de una elección a otra, o que es capaz de tomar la decisión de abstenerse o
votar en blanco. Y que este porcentaje es el que decide el resultado. Este
grupo son los representantes de nuestra racionalidad y de nuestra libertad. Los
que son capaces de decirle a un dirigente político; usted lo ha hecho mal y se
va. Y de enviar un mensaje al que llega: si usted lo hace mal, no volveré a
votarle, así que cuidado.
Dicen que Aníbal
hizo jurar a su hijo: “Odio eterno a los romanos”. Aquí cuando llega la hora de
votar se pretende que se desentierren
viejos documentos con filias y fobias que irracionalmente condicionan el a
quien se debe votar, se suprime todo juicio racional sobre la gestión realizada
o no realizado en el gobierno público, sobre la honestidad dominante o perdida.
Sólo sirve el: “es de los nuestros, son los míos”. Creo que todo ello es muy
triste y que va en contra del espíritu democrático de una nación.
Elisa Martínez de Miguel
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