martes, 18 de septiembre de 2012

La Obsesión por la Igualdad

Publicado en "Negocio"
Marzo 2011

La obsesión por medir la presencia de la mujer en la sociedad actual, principalmente, por el número de Ministras, Secretarias de Estado Presidentas, Directoras Generales, y Consejeras, es un sesgo social que debiera hacernos meditar en cuanto a las consecuencias del mensaje que trasmitimos, antes de adoptarlo como el mejor posible. Aunque que para sus defensoras nada puede hacer más feliz que llegar a unos ciertos niveles de poder y de reconocimiento social, cuanto más alto mejor, puedo garantizar que tan sólo es el ansia de una minoría.

Una cosa es exigir con toda la energía del mundo, la posibilidad de ocupar el puesto que deseemos si estamos capacitadas para ello. Pero es fundamental luchar por el reconocimiento, en términos económicos, de la aportación al bienestar, estabilidad y desarrollo  de la sociedad en que vivimos, que realizan aquellas mujeres que deciden dedicar su vida, inteligencia y esfuerzo en mantener una unidad familiar, y en este terreno queda mucho por hacer.

No es fácil aportar ejemplos concretos, hoy en día, de mujeres que teniendo las cualidades precisas y exigibles para ocupar un puesto, tanto en el sector público como en el privado, si lo desea y está disponible no pueda alcanzarlo y no lo alcance. Tampoco es fácil que en puestos de igual responsabilidad y exigencia se la discrimine en sus remuneraciones o compensaciones. No se hace.

Donde encontramos la gran discriminación, es en quienes dedican todo o parte de su esfuerzo, a mantener ese núcleo vital que denominamos familia. Una sociedad como la nuestra debe comenzar por valorar el papel de estas mujeres y el reconocimiento y compensación que merecen y dejar a las que optan por dedicarse a ser brillantes, ocupar altos cargos y ganar mucho dinero que sigan peleando, que no tienen ninguna dificultad notable para alcanzar sus propósito si de verdad es que lo desean.

La verdadera batalla que hay que dar en los procesos de equiparación debe quedar enmarcada en el tipo se sociedad en que queremos vivir y en la que queremos que las próximas generaciones se desarrollen. Una sociedad de seres aislados, muy realizados todos, sin traumas ni presiones, sin afectos, bajo la incolora, inodora e insípida capa del Estado que de todos cuida y todo lo resuelve, como ocurre en los países nórdicos, en teórica sociedades modelo, donde el tema de la igualdad no se discute. O quizás entendemos que preferimos que exista ese conjunto de células sociales que denominamos familia, donde nuestra propia realización queda condicionada por afectos que se dan y que se reciben, donde la soledad es casi imposible, y donde existe una asistencia permanente que nos apoya.

La libertad de elegir es fundamental, y aunque pueda herirnos, como principio, la libertad de elegir parte de la capacidad económica de que dispongamos. Esta es la verdadera equiparación que hay que resolver, la independencia y la seguridad económica de todos estos millones de mujeres, y a ello deben dedicarse los esfuerzos de políticos y gobiernos pero sobre todo de las asociaciones civiles que pretenden la sagrada igualdad.

Competimos contra nosotras mismas, no contra terceros.

Elisa Martínez de Miguel

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