Marzo 2011
La obsesión por medir la presencia de la mujer en la
sociedad actual, principalmente, por el número de Ministras, Secretarias de
Estado Presidentas, Directoras Generales, y Consejeras, es un sesgo social que
debiera hacernos meditar en cuanto a las consecuencias del mensaje que
trasmitimos, antes de adoptarlo como el mejor posible. Aunque que para sus
defensoras nada puede hacer más feliz que llegar a unos ciertos niveles de
poder y de reconocimiento social, cuanto más alto mejor, puedo garantizar que
tan sólo es el ansia de una minoría.
Una cosa es exigir con toda la energía del mundo, la
posibilidad de ocupar el puesto que deseemos si estamos capacitadas para ello.
Pero es fundamental luchar por el reconocimiento, en términos económicos, de la
aportación al bienestar, estabilidad y desarrollo de la sociedad en que vivimos, que realizan
aquellas mujeres que deciden dedicar su vida, inteligencia y esfuerzo en mantener
una unidad familiar, y en este terreno queda mucho por hacer.
No es fácil aportar ejemplos concretos, hoy en día, de
mujeres que teniendo las cualidades precisas y exigibles para ocupar un puesto,
tanto en el sector público como en el privado, si lo desea y está disponible no
pueda alcanzarlo y no lo alcance. Tampoco es fácil que en puestos de igual
responsabilidad y exigencia se la discrimine en sus remuneraciones o
compensaciones. No se hace.
Donde encontramos la gran discriminación, es en quienes
dedican todo o parte de su esfuerzo, a mantener ese núcleo vital que
denominamos familia. Una sociedad como la nuestra debe comenzar por valorar el
papel de estas mujeres y el reconocimiento y compensación que merecen y dejar a
las que optan por dedicarse a ser brillantes, ocupar altos cargos y ganar mucho
dinero que sigan peleando, que no tienen ninguna dificultad notable para
alcanzar sus propósito si de verdad es que lo desean.
La verdadera batalla que hay que dar en los procesos de
equiparación debe quedar enmarcada en el tipo se sociedad en que queremos vivir
y en la que queremos que las próximas generaciones se desarrollen. Una sociedad
de seres aislados, muy realizados todos, sin traumas ni presiones, sin afectos,
bajo la incolora, inodora e insípida capa del Estado que de todos cuida y todo
lo resuelve, como ocurre en los países nórdicos, en teórica sociedades modelo,
donde el tema de la igualdad no se discute. O quizás entendemos que preferimos
que exista ese conjunto de células sociales que denominamos familia, donde
nuestra propia realización queda condicionada por afectos que se dan y que se
reciben, donde la soledad es casi imposible, y donde existe una asistencia
permanente que nos apoya.
La libertad de elegir es fundamental, y aunque pueda herirnos,
como principio, la libertad de elegir parte de la capacidad económica de que
dispongamos. Esta es la verdadera equiparación que hay que resolver, la
independencia y la seguridad económica de todos estos millones de mujeres, y a
ello deben dedicarse los esfuerzos de políticos y gobiernos pero sobre todo de
las asociaciones civiles que pretenden la sagrada igualdad.
Competimos contra nosotras mismas, no contra terceros.
Elisa Martínez de Miguel
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