Publicado en "Negocio"
Julio 2010
La actual crisis
económica está transmitiendo un elevado nivel de fatalismo; un mensaje de
resignación ante los acontecimientos de los que nadie parece responsable. Al
ciudadano no le queda sino soportar el repetido discurso de que no hay personas
responsables y a nadie puede exigirse responsabilidad sobre lo sucedido ni sobre
lo que sucede.
En definitiva ¿quienes
son los autores del actual desaguisado económico, de las equivocadas decisiones
y las permisivas actuaciones que nos han conducido a la actual catástrofe
económica? Por lo visto, entidades sin cara y sin cuerpo, que no vemos ni
conocemos, entidades e insituciones inaccesibles y lejanas.
Se nos presentan
como responsables las autonomías, las diputaciones, los ayuntamientos, el sector
público, la banca, el sector financiero, el sector energético y otras
instituciones con denominaciones varias, pero tan inaccesibles a la exigencia
de responsabilidad como si achacásemos nuestros males a “la providencia”, a “la
fatalidad”, o a “los ciclos económicos”.
Lo cierto es que
a la situación actual generada por un gasto público y privado de locos, por la
concesión de créditos sin respaldo alguno que garantizase su devolución, y por
unos déficit insostenibles, nos han conducido personas que, con las
denominaciones de presidentes, consejeros, directores generales, alcaldes o
diputados, tienen nombre y apellido, que cobran por gestionar y dirigir, que
disponen de patrimonios propios generados en los cargos que han venido
ostentando y aun mantienen.
Quienes asumen
una responsabilidad de dirección y de gestión, son los responsables del éxito y
del fracaso de la misma y por ello cobran y ostentan privilegios. El éxito o el
fracaso pueden depender de su competencia, de su esfuerzo, de su honestidad y
en muchos casos de circunstancias no controlables y sobrevenidas que
aglomeramos bajo la denominación de suerte o fortuna.
Pero la
responsabilidad siempre es de personas con nombres y apellidos, con cara y
ojos, que nos ven y a quienes miramos, que nos oyen y a quienes escuchamos. Y a
quienes premiamos en el éxito y a quienes debemos sancionar en el fracaso. Una
ley básica de equilibrio social exige que frente a los repartos de beneficios,
dietas de consejero, coches oficiales, pensiones suntuosas y demás prebendas,
en el otro lado de la balanza deben existir ceses, destituciones,
inhabilitaciones y en su caso procedimientos penales.
Es hora de que
dejemos de utilizar las denominaciones institucionales como tela traslúcida,
que oculta a las personas que las han dirigido. Son estas personas las
responsables y a quienes hemos de exigir responsabilidad. “De los escarmentados
nacen los avisados”. Si no escarmentamos a los actuales responsables, que los
hay, y los dejamos difuminarse en la absoluta impunidad, como se está haciendo;
“Otros vendrán que buenas las harán”.
Elisa Martínez de Miguel
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